Ignacio Cervantes es, sin duda, uno de los músicos cubanos más importantes e influyentes del siglo XIX. Nacido en La Habana el 31 de julio de 1847, creció en una familia burguesa adinerada de ascendencia española. Su abuelo fue Carlos Kawanagh, un barón alemán que se estableció en Cuba, y su padre fue el alcalde de San Antonio de los Baños. En casa, el pequeño Ignacio fue introducido a la música y a las lecciones de piano por su padre. A los siete años, Ignacio ya era un talento en ciernes. Se dice que el famoso pianista Gottschalk quedó maravillado con las tempranas habilidades del niño. Por lo tanto, no fue una sorpresa que el prometedor progreso de Ignacio convenciera a su familia para apoyar su carrera musical. El niño estudió primero con Gottschalk y luego, en 1859, bajo la tutela de Nicolás Ruiz Espadero, de quien aprendió los secretos del repertorio pianístico europeo. A la temprana edad de doce años, Ignacio ya había compuesto su primera contradanza, La Solitaria, dedicada a su madre, una composición que su hermana renombró como Soledad años más tarde.
En 1865, el compositor se fue a Francia y se matriculó en el Conservatorio Imperial de París. Allí estudió bajo la guía de Antoine Francois Marmontel y del prominente pianista Charles Alkan. Al año siguiente, Ignacio Cervantes ganó el primer premio en los premios extraordinarios de piano con una colosal interpretación del 5º Concierto para Piano de Hertz. El músico cubano fue solo el tercer estudiante en recibir un premio en dicho conservatorio, después de José White en 1856 y Félix Hernández en 1861. El jurado que otorgó el premio estaba compuesto por músicos de la talla de Gounod y Daniel Francois Auber, quienes admiraron la alta calidad interpretativa de Cervantes. En 1867 y 1868 añadió dos menciones honoríficas: la Primera Mención Honorífica por Estudios de Armonía y la Primera Mención Honorífica por Armonía, Fuga y Contrapunto, respectivamente.
La estancia de Cervantes en París fue altamente productiva. Las obras que compuso durante esta etapa ya anticipaban las futuras creaciones de sus Danzas Cubanas. El compositor se involucró en el ambiente cultural de la época, estableciendo lazos con celebridades como Liszt y Rossini y ofreciendo una serie de importantes conciertos acompañando al piano a intérpretes reconocidos como Cristina Nilsson o Adelina Patti, por mencionar algunos.
En enero de 1870, el viaje del compositor por Europa llegó a su fin y regresó a su tierra natal, Cuba. Una vez en La Habana, intentó abrir camino a las nuevas tendencias culturales. Sin duda, Cervantes experimentó el gran contraste entre los dos entornos, luchando con todas sus fuerzas para reactivar la vida artística de la capital cubana. En esta etapa, también ofreció una serie de conciertos interpretando obras de Beethoven, Chopin, Mendelssohn y Bach. Para entonces, la figura de Cervantes ya había alcanzado gran fama. Sin embargo, su lealtad a la causa de la independencia cubana le costaría caro, siendo deportado y finalmente obligado a buscar refugio en los Estados Unidos.
Después de la Guerra de los Diez Años (1868-1878), el compositor regresó a Cuba y reanudó sus actividades en La Habana. Ofreció numerosos conciertos de cámara en el Liceo de Guanabacoa, La Claridad del Cerro y el Círculo Habanero. Durante este período también tuvo una agenda exigente como director de orquesta, realizando giras en México con el violinista Díaz Albertini y más tarde en Tampa, en los Estados Unidos, haciendo campaña incansablemente por la independencia de su país. A pesar de sus muchos compromisos como intérprete, Ignacio Cervantes también encontró tiempo para embarcarse en actividades pedagógicas, dirigiendo varias orquestas. Además, Cervantes intentó sin éxito crear una Academia de Música en dos ocasiones: la primera en 1881, junto con Serafín Ramírez y Gaspar Villate, y más tarde en 1884, con el apoyo del pianista José Navalón. Sin embargo, logró sentar las bases para una nueva escuela de compositores, representada por seguidores como Eduardo Sánchez de Fuentes.
Después del estallido de la Guerra de Independencia de Cuba en 1895, el compositor buscó refugio en México, donde fue recibido por el dictador Porfirio Díaz, hasta su regreso a Cuba en 1898. En 1899, fue nombrado profesor de piano en la Escuela Normal de la capital y durante dos años (1900-1902) centró sus energías en dirigir la orquesta del Teatro Tacón en La Habana.
Ignacio Cervantes dejó su Cuba natal por última vez en 1902, esta vez como Delegado de Artes para el Pabellón Cubano en la exposición de Charlestown, ofreciendo con éxito actuaciones en Washington, Nueva York y Filadelfia. Su última actuación pública tuvo lugar ese año, en el Teatro Tacón en La Habana. Ignacio Cervantes murió el 29 de marzo de 1905, a la edad de 57 años. Dejó catorce hijos, con los cuales siempre bromeaba que «crearía toda una orquesta».
En sus Danzas, Cervantes compila toda la imaginería musical del siglo XIX cubano, evolucionando el género sin duda un paso más allá que sus predecesores. Estas breves piezas están impregnadas del nuevo espíritu nacional cubano, mostrando la influencia de autores como Manuel Saumell y todo el bagaje musical inspirado en los nacionalismos europeos. Cervantes compuso estas danzas sin un programa establecido, aproximadamente desde 1875 hasta 1895, junto con el resto de su obra sinfónica, los géneros de salón y las piezas de ópera y zarzuela. En estos géneros, el autor se reveló como un maestro arreglista, directamente influenciado por Mendelssohn, Bizet, Saint-Saëns, Chopin y particularmente el músico Emmanuel Chabrier. La obertura sinfónica escrita en tres partes, Sinfonía en Do (1870), constituye un ejemplo de un alto nivel de arreglos, junto con la Romanza y el Scherzo Caprichoso (1866). Sus dos valses sinfónicos, Hectograph y La Paloma también disfrutaron de considerable éxito.
Sus composiciones para música escénica, sin embargo, no recibieron una cálida acogida por parte del público. No obstante, cabe mencionar la zarzuela El Submarino Peral (1889) con un libreto versificado escrito por Nicolás Suárez Inclán y su ópera cómica Los Saltimbanquis (1899), con un libreto de Carlos Ciaño. En cuanto a su producción para piano, su muy personal Serenata Cubana y un pequeño conjunto de valses y piezas de salón también destacan como obras notables además de sus Danzas.
En cuanto a la estructura formal de las Danzas, observamos en todas las piezas un formato de dos partes que se origina en el carácter bailable de este género: estructuras de 16 compases o 8 compases con repetición, hasta alcanzar los 32 compases totales. En algunas piezas, esta estructura predeterminada puede alterarse para servir a diferentes propósitos narrativos, como en Decisión, La Carcajada, Homenaje o Adiós a Cuba. El contraste entre las partes también es notable, revelando el origen de salón de baile de las obras. Las primeras mitades tienden a aparecer relajadas, en contraste con las partes siguientes más dinámicas. Sin embargo, esto no es una regla fija, como se muestra en las piezas Invitación e Improvisada, donde los principios mencionados se invierten.
El ritmo utilizado es, obviamente, 2/4, un compás siempre representativo de las danzas y contradanzas, con la excepción de Cortesana, escrita en 3/4 como una referencia a los minuetos de la corte. Cervantes enfatiza los grupos sintácticos creados por la reiteración de síncopas y las fórmulas rítmicas típicas cubanas. Todos estos elementos cobran vida con el uso de armonías contrastantes, generalmente modulando de un modo menor al relativo mayor. De manera similar, Cervantes crea un complejo universo armónico consistente en ciclos y secuencias de acordes de séptima dominante, entrelazados con los colores opulentos de ciertos pasajes cromáticos. En muchas piezas observamos la técnica de escritura a dos niveles: melodía y acompañamiento, por ejemplo, No bailes más, Cri-cri, Almendares, o La Encantadora. En otras obras, sin embargo, el compositor adopta un enfoque polifónico utilizando dos, tres e incluso cuatro voces, tejiendo una textura rica e intrincada, por ejemplo, La Carcajada, Duchas Frías, Adiós a Cuba o Ilusiones perdidas.
Más allá del análisis formal, este conjunto de piezas representa un contexto descriptivo de la situación y el estado de ánimo de una era. Así, las Danzas muestran un género conciso de la pasión, el odio, la melancolía y la alegría presentes en la Cuba colonial del siglo XIX. Además, estas obras surgen de una identidad cubana inequívoca con su propia estética. Las composiciones, una fusión de tradiciones africanas, europeas, norteamericanas